Infinitos son los caminos posibles que un experimento puede
tomar en el transcurso de su devenir, pero en el caso de algunos las
posibilidades son reducidas. Mas cuando algunos elementos de los que se vale
dejan mucho que desear. Más aun cuando esos elementos provienen de significaciones
y, además, que en su actualización de sentido no logran ubicarse en el
significado necesario.
Maravillosa Infancia Artificial descansa en la
experimentación teatral. Y las actuaciones que la componen son uno de esos
elementos que se quedan en un papel indeterminado entre el humor, el drama y el
musical.
Poco se sabe sobre lo que estamos viendo en escena y la
imaginación suele llenar vacios, pero en este caso aun así es incierto. Desde
una escenografía blanca, ¿símil? futurista nave espacial, que deja la
perspectiva de lado y achata la escena, hasta un momento cantado, pareciera que
lo hollywoodense empapa apenas el sentido.
Podría decirse que este bricolaje reúne ciertos elementos
que no terminan de ensamblarse correctamente y caen por su propio peso.
Sin embargo, la intención no es menor. Lo propuesto: la
infancia perdida, el maltrato de poder, la añoranza de recuperar el pasado,
todos asoman la cabeza con timidez, pero lo hacen al fin.
Cuando hablo de elementos sin resignificacion eficaz, me
refiero a parte del utilitario que se confunde en el tiempo; pero es ese
tiempo, algo que no es posible manejar ni desde la dirección ni desde la dramaturgia.
Menos aun con buenas actuaciones ni desde la butaca. En sí, es un momento donde
todo se detiene y lo importante es la acción que transcurre en un
indeterminado, que sustrae al espectador tanto de la realidad como de la
verosimilitud del relato.
Maravillosa infancia
artificial es sin duda, melodramática. Con algunos momentos de cabeceo
intelectual.
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